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PILAR ADÓN (Madrid, 1971). Ha publicado, entre otros, el libro de relatos Viajes Inocentes (Editorial Páginas de Espuma), por el que obtuvo el Premio Ojo Crítico de Narrativa 2005, y la novela Las hijas de Sara (Alianza Editorial). Ha sido incluida en diversos volúmenes de relato: Ni Ariadnas ni Penélopes (Editorial Castalia), Todo un placer (Editorial Berenice) o Contar las olas (Ediciones Lengua de Trapo). En 2006 publica el poemario Con nubes y animales y fantasmas (EH Editores), y forma parte de distintas antologías poéticas: Los jueves poéticos (Ediciones Hiperión), La voz y la escritura (Sial Ediciones), Hilanderas (Ediciones Amargord) o Todo es poesía menos la poesía (Editorial Eneida).
POÉTICA: La literatura implica “ver” cosas que no han sucedido, “recordar” voces que jamás hemos oído y “amar” a seres que no existen, y todo eso hace que nuestra existencia sea algo más rica, más sugestiva e, incluso, singular. Philip Roth decía en uno de sus libros que si hubiera que filmar un documental sobre veinticuatro horas en la vida de un escritor, más de la mitad de ellas transcurrirían en la oscuridad de una habitación, con el escritor inclinado sobre una mesa, devanándose los sesos. Ése es el mundo que mejor conozco.
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He subido al árbol de la flor,
como me dijiste tú, perecedero señor de las ideas.

He bebido vino rojo de alcohol, como me dijiste,
y olvidado la existencia de santos y viejos.
Confesiones y luces.
Dioses de nadie.

He puesto mis tiendas protegidas por barreras de acero
en torno al árbol ya sin flor,
y me he mimado en el interior sin emitir un sonido.
Sin gemir ni clamar.

Me he recostado junto a la flor del árbol.
He susurrado las palabras del embeleso y he contado pétalos.
Era cierto que el horizonte se divisa mejor desde el encierro.

La eternidad también.
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Yo


Yo… Lo sé. Tengo ese miserable aspecto
del que va demandando cariño por las puertas.
“Quiéreme un poco. Quiéreme un poco…”
Los ojos nostálgicos hacia el coche que se aleja
y la espalda estrecha que se detiene por última vez para decir adiós.

Yo… Lo sé. Persigo la mirada comprensiva de todas las madres
y a veces las manos grandes de cada padre.
El susurro al teléfono que me diga: “todo está bien”
mientras la niña del pañuelo negro gira y gira
esperando la llegada del sosiego.
El apaciguamiento de la marea oscura que sube.
Y sube a la boca desde el alma que se creía ya aliviada
pero que no. Porque el alma, aunque se suponga el éxito sobre ella,
cuando es dolorosa y cuando tiene la tez de la angustia,
sobrevive.

Yo… Lo sé. Me estoy ahogando y no entiendo nada.
Dejé que tomara mi mano y me arrastrara hasta la orilla.
“Vas a ver un milagro”, me dijo.
Y la niña de los zapatos negros con lacito
me miraba a la cara y me mostraba sus dientes de conejito.
“Perdón. Perdón. Perdón.” Parecía suplicar. “Yo no fui. No fui yo…”

Yo… Ahora cuento las varillas azules que se insertan
en aquel jarrón transparente y me pregunto:
(uno, dos tres…)
¿Por qué lo haces?
(cuatro…)



Sed y humo

He derramado la leche,
y gotas
como huidas
manaron de las manos
humilladas,
líquidas. Planas.

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Thirst and smoke

I’ve spilt the milk
and drops
like flights
flowed from the humiliated hands.
Liquid hands. Plain ones.
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